De este tema ya he hablado en el blog de Estela y Nadia, tienes sal, pero en base al comentario de Eruan he decidido comentarlo también aquí.
El tema en cuestión es el de los vecindarios.
Desde siempre ha habido roces entre vecinos, y es que una convivencia tan cercana con desconocidos es lo que tiene. Que a la familia se lo perdonas casi todo, pero a los vecinos no les pasas una.
La próxima mudanza será mi tercera mudanza y por ello he pasado por varias comunidades de vecinos que, en algunas cosas, hacen que la película "La comunidad" de Alex de la Iglesia parezca un paseo por el parque.
Lo del mangoneo es un aspecto común en la mayoría de vecindarios, no obstante como inquilino no lo sufres mucho, sino que es cuando eres propietario cuando te das cuenta de que ciertos individuos no viven a gusto si no le roban a sus vecinos. Ante esto dos soluciones: hacerse el tonto y que te sigan robando (algo que hace la mayoría de la gente) o enfrentarse y ser el bicho raro de la comunidad. Con el consiguiente sangrado en juicios y disgustos. Esto último lo he vivido muy de cerca con la comunidad de vecinos de mis padres... y es que si alguien conoce a un Administrador honrado, que no lo suelte, que son una especie en extinción.
Otra experiencia que depende del barrio es el de la verdulería. Mi pareja vivió una temporada en San Blas. El barrio se forma en su mayoría por familias de origen obrero y hay bastante buen ambiente. Claro que los bacalillas con perros de pelea y coches y motos tuneados rompen con ese ambiente familiar.
Pero lo que no olvidaré de San Blas es a las vecinas gritándose por la ventana o comunicándose a través del telefonillo, que debe de tener un uso como teléfono que en otras partes no se le da. Si vives cerca de la puerta del portal te enteras de todos los cotilleos fijo.
Y otra experiencia para no perderse si se visita en plan turístico el barrio es el de los gitanos con la cabra (suena a tópico pero yo lo he visto) y el organillo a las 10 de la mañana en fin de semana y cantando a grito pelado (si a eso se le puede llamar cantar).
Como una es un poco pija (pero no en plan gilipollas, espero) le convencí de mudarnos a un barrio más céntrico cuando decidimos vivir juntos. Así llegamos a nuestro actual barrio: Chamberí.
Aquí aterricé en la peor comunidad de vecinos que pueda imaginarse: el edificio infestado de cucarachas (imposible acabar con ellas y mi microondas parecía una granja de hormigas pero con cucarachas porque se colaban entre el doble cristal de la puerta); vecinos asalvajados que manchaban el portal y escalera con kalimotxo, vómitos y meados; otros que robaban el correo, sobre todos los paquetes con minis que le enviaban a mi santo; otros que lanzaban condones usados o papel higiénico sucio a los patios; un piso donde se pasaba droga, con el consiguiente ir y venir de colgados a cualquier hora; otro en el que vivía una loca que había incendiado la casa de su ex-marido y amenazaba con incendiar el edificio, así que los bomberos parecía que tenían una central en nuestro edificio; un par de viejas demenciadas, una con dos televisores a todo volumen que juraba peor que un presidiario y otra que hablaba con la virgen y me llamaba cada dos por tres para saber qué hora era (ya no distinguía día y noche); vecinos morosos a los que venía el cobrador a aporrear la puerta; y vecinos cuyos perros se cagaban en el ascensor y no lo recogían.
Debido al estrés que me ocasionaba vivir allí decidimos mudarnos.
Y estamos en la casa actual. Mucho mejor y con gente maja. Aunque mi vecina de al lado es una viejilla de 85 años obsesionada con la limpieza (limpia hasta los cristales a diario y da pánico que un dia caiga al patio despeñada) y la de arriba folla que da gusto oirla. ¡Qué forma de gozarlo, oiga! eso no es nada comparado con el edificio anterior.
Lo peor es una mujer sorda que pone la tele a toda caña y pese a vivir cinco pisos por encima la oigo como si estuviera aquí; o el vecino que ha aprendido a tocar el bajo (menos mal que no le ha dado por el clarinete) y que a las tantas toca el cajón de flamenco con su novia alternativa; o la familia de dominicanos que viven quinto y la madre en 45 metros cuadradados y ponen bachata todo el fin de semana.
Ahora toca una nueva comunidad y nuevas experiencias, aunque espero que con lo curtida que ya estoy se queden en nada comparado con lo anterior (y que no os hayáis aburrido mucho con esta la entrada más larga de mi historia bloggera).
PD: Feliz día del libro.
4 comentarios:
Alucinada estoy Casandra!
Si lo tuyo no es normal, ya lo digo yo! Nuestras aventurillas comunitarias no son nada comparadas con las tuyas ;)
Por cierto tengo vecinos en celo puerta con puerta, ya les dedicaré un fogoso post ;)
Suerte!
Dios Santo... y yo quejándome de lo que pasa en mi finca :/
Yo de mi zona no me quejo, está cerca del centro pero es muy tranquila. Como las fincas son antiguas en su mayoría casi todo es gente mayor y se está muy bien. En nuestra finca todos los vecinos nos conocemos y nos llevamos estupendamente, exceptuando un piso de delincuentes ¬¬ (nos robaron del buzón, su perro ha hecho sus necesidades varias veces en la escalera, había escupitajos en el ascensor y en la escalera...), toco madera porque hace muchas semanas ya que no nos encontramos nada raro. Menos mal que el resto de vecinos hacemos piña contra esta gente...
Creo que quedé impresionado con esa descripción de tu anterior edificio, una que hasta el mismo Dante se sonrojaría de la envidia por los detalles de los personajes que ahí habitaban.
Ojalá tengas mejor experiencia en el de ahora. ¡También espero hayas sacado buen provecho (de paciencia, me refiero) del antiguo piso!.
Un abrazo.
Nadia, ya leeré tu post cuando lo publiques.
Minerva: qué suerte que la mayoría de tus vecinos sean normales. Lo malo es que con unos que sean delincuentes le amargan la existencia al resto de la comunidad.
Juanchoh. Yo también espero que la cosa mejore en el próximo piso...si no, sería un caso digno de íker Jiménez. La paciencia la cultivé bastante pero acabe un poco desquiciada, prefiero no repetir.
Gracias a todos por comentar!
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